Cómo el plan Trump en Venezuela se topa con el fantasma de las intervenciones de EE.UU. en América Latina

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Como uno de los artistas vivos de América Latina más célebres en el mundo, el colombiano Fernando Botero es mejor conocido por el volumen de sus figuras que por sus opiniones sobre temas regionales.

Pero Botero pareció resumir el sentir de muchos latinoamericanos cuando se refirió a la crisis que enfrenta al presidente venezolano Nicolás Maduro con el líder opositor Juan Guaidó, respaldado por Estados Unidos y decenas de otros países.

«Maduro es nefasto, pero que invadan un país, y sobre todo que lo invada Estados Unidos, con sus precedentes, convertiría este momento en un instante muy peligroso», dijo el pintor en la edición digital del diario español El País el sábado.

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De hecho, el plan del presidente estadounidense Donald Trump de presionar para que Maduro renuncie, advirtiendo sobre una posible opción militar en Venezuela, se ha topado con un fantasma: la propia historia de intervenciones de Washington en la región.

El rechazo que genera en América Latina la idea de una acción militar de EE.UU. quedó de manifiesto esta semana cuando el Grupo de Lima —que apoya a Guaidó— afirmó que «la transición a la democracia debe ser conducida por los propios venezolanos pacíficamente».

«La oposición de América Latina a cualquier respuesta militar está condicionada por la historia de las intervenciones de EE.UU., porque hubo muchas que tuvieron graves consecuencias», dice a BBC Mundo Alan McPherson, profesor de historia y director del Centro de Estudios de Fuerza y Diplomacia en la Universidad de Temple, Filadelfia.

«Debe ser cauteloso»

Trump ha planteado públicamente la alternativa de una intervención militar en Venezuela desde antes de cumplir su primer año en la Casa Blanca.

«Tenemos muchas opciones respecto a Venezuela, incluida una posible opción militar si es necesaria», dijo a periodistas en agosto de 2017, sin dar más detalles.

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Esa sorpresiva advertencia apareció en medio de una grave crisis política, económica y social en Venezuela, tras meses de protestas antigubernamentales que dejaron más de 120 muertos, heridos y detenidos.

Aunque entonces América Latina comenzaba a aislar a Maduro, acusándolo de violar sistemáticamente las reglas democráticas y los derechos humanos, surgió de inmediato un claro rechazo regional a la «opción militar» planteada por Trump.

Diferentes analistas estimaron que los dichos de Trump podían fortalecer a Maduro, quien al igual que su antecesor Hugo Chávez usaba el argumento de un ataque del «imperio» para cerrar filas detrás de su gobierno socialista.

Nada de eso evitó que Trump insistiera hasta el presente en que «todas las opciones están sobre la mesa» en el caso de Venezuela. Su vicepresidente Mike Pence reiteró esas palabras el lunes ante el Grupo de Lima.

Pero la idea de una intervención militares en el país sudamericano tampoco parece generar consenso entre veteranos del Pentágono.

«Es hora de que Maduro se vaya. Pero EE.UU. debe ser cauteloso. Pese a que él está reprimiendo a la población y deteniendo a sus oponentes, una invasión de EE.UU. fomentaría la ira en la región e internacionalmente», escribió el almirante retirado James Stavridis, exjefe del Comando Sur de EE.UU., en la edición digital de la revista Time el mes pasado.

Y agregó que en todos los lugares de América Latina que visitó mientras ejercía el cargo, entre 2006 y 2009, le recordaron «la historia de intervención de EE.UU.».

Una larga lista

Buena parte de esa historia de intervenciones ocurrió durante el siglo pasado.

Entre 1898 y 1994 hubo al menos 41 casos en que EE.UU. logró su objetivo de cambiar gobiernos en América Latina y el Caribe: una media de uno cada 28 meses, según un estudio de la Universidad de Harvard publicado en 2005.

Esto incluye 17 ejemplos de intervención «directa», es decir, que implicaron el uso de fuerzas militares, agentes de inteligencia o empleados del gobierno de Washington.

La lista comienza con la guerra hispano-estadounidense de 1898 y culmina con el envío de tropas a Haití en 1994 para restablecer el gobierno constitucional.

Entre ambos episodios figura por ejemplo el golpe de Estado organizado por la CIA en Guatemala contra Jacobo Arbenz en 1954, o la invasión militar de Panamá para capturar al gobernante de facto, general Manuel Noriega, en 1989.

Por otro lado, 27 episodios de intervención «indirecta» —donde los protagonistas fueron actores locales en cada país con el apoyo de EE.UU.— incluyen casos como el golpe militar en Chile que derrocó al presidente Salvador Allende en 1973.

«En casi todos los casos, los funcionarios de EE.UU. citaron intereses de seguridad de EE.UU.» para las intervenciones, señaló el historiador John Coatsworth en el estudio.

«En retrospectiva, ahora es posible descartar la mayoría de esas afirmaciones como inverosímiles», agregó y concluyó que las intervenciones «generaron un resentimiento innecesario en la región y cuestionaron el compromiso de EE.UU. con la democracia y la primacía del derecho en asuntos internacionales».

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Sin embargo, desde el fin de la Guerra Fría las acciones directas de Washington para cambiar gobiernos en América Latina parecen cosa más bien cosas del pasado.

Por eso, los expertos creen que si Trump efectivamente optase por una intervención militar unilateral en Venezuela marcaría un giro radical en la política de EE.UU. hacia la región.

«Eso no se ha hecho desde Panamá o Granada en la década de 1980», dice McPherson, autor del libro Breve historia de las intervenciones de EE.UU. en América Latina y el Caribe. «Además, ese sería el país más grande que EE.UU. haya invadido en América Latina, quitando a México a mediados del siglo XIX».

Hasta ahora EE.UU. ha buscado debilitar multilateralmente a Maduro, impulsando una coalición de medio centenar de países —incluidos varios latinoamericanos— que desde el mes pasado reconocen a Guaidó como presidente interino de Venezuela.

¿Opciones?

Pero Maduro se mantiene en el poder, con el respaldo de los militares venezolanos que hasta ahora no han escuchado los pedidos de Trump y sus aliados para que apoyen a Guaidó.

EE.UU. también ha convocado a dos reuniones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas este año para discutir la crisis de Venezuela, la última de ellas el martes. La tercera ha sido llamada para este jueves.

Sin embargo, las diferencias con países que apoyan a Maduro, como Rusia y China, han impedido hasta ahora que el consejo logre un consenso sobre posibles salidas a la crisis venezolana.

La pregunta sobre si el siguiente paso de EE.UU. será militar cobró fuerza el sábado, cuando el intento de introducir ayuda humanitaria en Venezuela a pedido de Guaidó fue rechazado por Maduro, quien lo consideró una maniobra para derrocarlo.

Los enfrentamientos entre fuerzas de Maduro y manifestantes opositores dejaron al menos cuatro muertos y decenas de heridos en las fronteras de Venezuela con Colombia y Brasil.

Si Trump mantiene su enfoque multilateral, todo indica que su pulso con Maduro puede seguir más tiempo de lo que su gobierno calculó.

Y si Trump apuesta por la «opción militar», puede perder pie en la región.

Otras opciones

Algunos analistas creen que existen alternativas.

«Cuando la gente piensa en una opción militar (…) están pensando que es una invasión como la de Panamá o Granada, y no necesariamente es así», dice a BBC Mundo Stephen Donehoo, un exfuncionario de la inteligencia militar de EE.UU. que sirvió en el Comando Sur y actualmente es socio de la consultora McLarty Asociados.

Donehoo señala por ejemplo que se podrían neutralizar sistemas de defensa aérea «con muy poco daño físico» para impedir que Maduro y su equipo controlen ciertos recursos, o usar sistemas electrónicos para limitar las capacidades del gobierno.

Sin embargo, Stephen Kinzer, investigador principal del Instituto Watson para asuntos internacionales de la Universidad Brown, cree que si Washington decide intervenir unilateralmente en Venezuela sin importarle la respuesta en la región, arriesgaría repetir fracasos del pasado.

«No creo que EE.UU. sea tan impulsivo», dice Kinzer a BBC Mundo. «Pero es un hábito tan profundamente arraigado, que cuando vemos cosas que no nos gustan en América Latina surgen impulsos muy viejos».

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