El día después del devastador paso de Michael

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Alberto. Beryl. Chris. Debby. Ernesto. Florence. Gordon. Helene. Isaac. Joyce. Kirk. Leslie. Michael. Son los nombres de las tormentas tropicales o huracanes que se han formado sobre el océano Atlántico en 2018. La temporada empezó el 1 de junio y acaba el 30 de noviembre. Los nombres se deciden de forma alfabética y se alternan entre masculinos y femeninos. Nadie oyó hablar de Debby. Ni de Beryl. Sí de Florence, cuando incluso la capital del país, Washington, estuvo en alerta a mediados de septiembre cuando este huracán se disponía a tocar tierra en las Carolinas, a las que golpeó con fuerza —y con las que Michael se ceba ahora de nuevo—. En Washington ni siquiera llegó a llover esos días.

“No quiero decir que no me tome en serio las alertas, pero salir de la ciudad costaba dinero y, bueno, me la jugué”, explica Tommy Nash, con una gran pausa emotiva en medio de su respuesta, que aprovecha para tomar aliento, evitar que se le quiebre la voz y poder seguir hablando. A su alrededor, otros residentes de la capital del Estado de Florida, Tallahassee, buscan con la mirada consuelo ante el enorme trabajo que les espera. No muy lejos se ve el omnipresente símbolo de McDonald’s totalmente retorcido, como si en lugar de estar hecho de metal hubiera sido plastilina en manos de un poderoso gigante.

Más de la mitad de la población de Tallahassee carece de luz, más de 100.000 personas que esta noche vuelve a experimentar la angustia de la oscuridad del miércoles tras el paso devastador de Michael, que con vientos sostenidos de hasta 250 kilómetros por hora, arrolló el noroeste de Florida, causando tremendos destrozos e inundaciones y al menos seis muertes, entre ellos un hombre que estaba en su casa cuando un árbol se desplomó sobre la vivienda, en Florida, y una niña de 11 años, en el vecino Estado de Georgia.

“El día es peor que la noche”, repite sin cesar Christina Hoener. “La luz del día muestra la verdadera devastación”. Hoener acaba con los calificativos que pueden aplicarse a una situación tan extrema como la que está viviendo. En ocasiones —bastantes—, acompañados de blasfemias que le hacen cubrirse la cara con las manos. Esta mujer, que pasa de largo los 50 años, tiene una herida bastante fea en su mano izquierda. “Todo es metal destrozado alrededor”, explica. “Y árboles, árboles arrancados de cuajo”.

La autopista interestatal US10 entre Tallahassee y Panama City está plagada de camiones de todo tipo: inmensos remolques para transportar escombros; tanques llenos de gasóleo; tráileres con generadores eléctricos; grúas especializadas en levantar árboles y luego triturarlos, los furgones de la Guardia Nacional…

El alcalde de Tallahassee, Andrew Gillum, que aspira al cargo de gobernador del Estado por el Partido Demócrata en las elecciones de noviembre, resume la situación: “Horrenda destrucción”. Con la luz del día se ha visto la cara más fea del último desastre natural en azotar este país. “Viendo las imágenes que todos estamos viendo, me temo que el daño es tan grave que el proceso de recuperación va a ser largo”, comunicó.

El huracán ha sido el más potente registrado en Florida en al menos un siglo. Si se mide por la baja presión atmosférica, ha sido el tercero más intenso en azotar al Estados Unidos continental y, por la velocidad del viento, es el más grave desde Andrew en 1992.

“Dicen que el hecho de que las aguas del Golfo sean ahora más cálidas que hace unos años ha hecho de Michael un engendro que nos ha dejado ruina en tantas ciudades”, comenta Russell Palkan. “Pero nuestro presidente niega el cambio climático”, dice Palkan, quien se disculpa: “Aunque ese es otro capítulo”. “Ahora toca arremangarse y trabajar duro antes de que llegue la noche”, prosigue. Aunque sabe que la mañana siguiente, y la siguiente, le devolverá la visión de una catástrofe que nunca hubiera querido ver.

Michael está a punto de morir. Pero quedan otros ocho nombres para los huracanes que están por llegar. Nadine. Oscar. Patty. Rafael. Sara. Tony. Valerie. William.

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