“Me siento como si lo hubiera perdido todo”, se lamenta Marzia Panahi, propietaria de la galería de arte Namad. “Cuando me he despertado esta mañana, estaba muy deprimida, me daban ganas de desaparecer, pero pensé en mi familia y eso me dio ánimos”. Panahi cuenta que muchas de sus amigas que han abierto negocios se sienten igual. Puso en marcha su galería hace un año y había planeado inaugurar una exposición el mes que viene, pero sus sueños ahora se han desvanecido. No solo ha tenido que cerrar el negocio de momento, ante la incertidumbre de qué pasará y quién manda ahora, sino que su universidad también ha cerrado, lo que le impide completar los dos últimos meses de la licenciatura en Relaciones Internacionales. “Oímos disparos el domingo por la mañana y pensé que teníamos que salir de aquí, Quería llorar… no quiero abandonar mi galería”, cuenta.
”Los jóvenes queríamos cambiar este país, teníamos muchos sueños y planes de futuro, para nosotros y para Afganistán”, explica. Si permanece en Kabul, Pahani cree que estará en peligro, pero dejarlo todo para ir a otro lugar desconocido como Pakistán, su destino elegido por ahora, no es una decisión fácil. “No sé cuánto tiempo tendría que esconderme si me quedo. He trabajado como periodista y para el Gobierno, los talibanes tienen muchas razones para matarme”, dice en alusión a la campaña de asesinatos que ha tenido como objetivo a ese tipo de trabajadores durante meses.
“Comenzaremos de nuevo, incluso si eso significa que tenemos que ir primero al extranjero y luego regresar. Mi plan es ir primero a Pakistán y luego, con suerte, continuar mis estudios en otro país. Me haré más fuerte y luego volveré aquí”, explica la galerista.
Una densa niebla de confusión y miedo descendió sobre Kabul el lunes, cuando sus habitantes anticiparon cómo sería el futuro de su país destruido por la guerra tras la transición del poder del Gobierno a los talibanes. La gran mayoría de las tiendas permanecieron cerradas porque sus propietarios temían salir: preferían esconderse en la seguridad de sus hogares.
Deeba, madre de un niño de 10 años, vive atormentada desde hace días ante la perspectiva de perder su libertad con la llegada de los talibanes. “Hemos estado viviendo una vida libre, no tendremos esa vida si los talibanes llegan al poder. Vivo con mi madre, mi hermana y mi hijo, no hay hombres en la casa. Bajo el Gobierno de los talibanes, las mujeres no pueden salir de su casa sin un compañero masculino, así que, ¿qué haremos?”, dice llorando.
Rohina Haroon-Walizada y su esposo Walid consiguieron una reserva para volar a Francia el sábado, un día antes de que la capital cayera en manos de los talibanes. Los padres de Rohina estaban en la misma situación que ellos hace 30 años, cuando hicieron el gran sacrificio de trasladar a la familia a Pakistán en 1994, en un momento en que el país estaba sumido en una brutal guerra civil que llevó al poder a los talibanes en 1996. Su objetivo es, como lo fue el de sus padres, garantizar que sus hijos tengan oportunidades y acceso a la educación.
“Una generación después, la historia se repite”, dice Rohina. “Todo ese sacrificio fue en vano”, se lamenta. “Por eso estamos tan tristes. Mi padre sufrió de la misma forma que nosotros ahora. Han pasado tantos años… y nada ha cambiado”.
Retrocesos
El atleta Nabi (pseudónimo) cree que el progreso conseguido en los últimos 20 años se va a desmoronar por completo. Que no quedará nada de lo conseguido. Él y su novia, a quien no quiere identificar, han tratado de forma desesperada de obtener los documentos de viaje para poder escapar a un lugar seguro. “Es imposible porque todo está cerrado. Nuestro plan es ir a Pakistán y después llegar a Turquía, porque un visado turco desde allí ahora cuesta solo 8.000 dólares por persona. Desde Pakistán es más fácil”, dice.
“La situación es terrible. Los talibanes están en todas partes. Muchos creemos que acabamos de perder todos los logros que habíamos conseguido en los últimos 20 años, especialmente para las mujeres. Ahora solo tenemos que sentarnos a esperar”.
Ambos son atletas y ella ha recibido amenazas de los talibanes por dedicarse al deporte, explica Nabi. “Es aterrador ver a los talibanes en Kabul. Los he visto muchas veces en otros lugares del país y he visto de lo que son capaces. El año pasado, mis amigos y yo estábamos en un autobús en Ghazni. Los talibanes detuvieron el vehículo y arrestaron a una persona a la que acusaron de trabajar para el Gobierno. Nos dejaron ir y luego dispararon a esa persona”, dijo.
“La situación cambia cada minuto. No tenemos ni idea de nuestro futuro. Si me quedo aquí tal vez no pueda seguir con el deporte, que es mi pasión, o hacer mi trabajo o pasar tiempo con extranjeros. Debo irme”, concluye.