La evolución de la sincronización labial

La evolución Durante varias semanas, Netflix ha estado insistiendo en que vea su nueva versión de la comedia romántica adolescente de la década de 1990 “Ella es así”. Esta versión —naturalmente, “Él es así”— es protagonizada por Tanner Buchanan como el marginado del instituto al que hay que convertir en el rey del baile y por Addison Rae como la chica popular que se encarga de la misión. Es la primera película de Rae, pero ella es omnipresente en TikTok, donde su principal modo de actuación es bailar y sincronizar los labios con audios de canciones de rap y fragmentos efímeros de videos de internet. Cuando finalmente cedí y abrí Netflix, me di cuenta de que nunca había escuchado su voz real.

No es una buena película. El encanto lleno de vida que llevó a Rae desde su habitación de Luisiana a la fama en TikTok se desvanece en un plató. A medida que la resucitada trama avanza a tropiezos, Rae parece esforzarse por seguir el ritmo. Pero la historia dentro de la historia me interesó. La trayectoria de Rae recuerda al arco dramático de “Cantando bajo la lluvia”, el clásico musical sobre una estrella del cine mudo que tropieza con el salto al cine sonoro. En esa película, la estrella oculta su horrible voz haciendo sincronización de labios con una actriz que suena tierna y que se esconde tras bastidores. La diferencia es que Addison Rae se hizo famosa apropiándose abiertamente de los sonidos de otras personas. Y es su mundo, TikTok, el que representa el emocionante medio emergente.

Actuar como si se cantara cuando no se está cantando: la sincronización de labios ha sido objeto de la fascinación popular estadounidense durante un siglo. No hace mucho tiempo, incluso podía provocar un pánico en la cultura popular. Enmarcado como un arma de las estrellas del pop sin talento y sus cínicos adiestradores, llegó a representar el colmo de la burda manipulación mediática. Pero ahora parece lo contrario: la sincronización labial se ha reconvertido en una herramienta del atractivo y rudimentario aficionado. Addison Rae puede ponerse una blusa que muestre su ombligo, cantar una letra sobre el Percocet y ser nombrada la nueva chica de Hollywood.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La sincronización labial era tan omnipresente en los primeros musicales que, en 1952, “Cantando bajo la lluvia” recurría a ella incluso cuando la criticaba: Debbie Reynolds, que interpreta a la actriz que canta para la estrella, usó un doblaje parcial con la voz de la cantante poco conocida Betty Noyes. Pero aunque las películas utilizaban la sincronización de labios para crear escenas de Hollywood perfectas, los artistas drag lo hacían por astuta necesidad. Como detallan Tom Fitzgerald y Lorenzo Marquez en “Legendary Children”, su historia cultural de “RuPaul’s Drag Race”, los espectáculos de drags estaban criminalizados en los Estados Unidos de principios del siglo XX, y evadir el acoso significaba actuar en clubes clandestinos y fiestas caseras en las que usar música en directo no era posible. Mientras que los musicales de las películas esperaban que su sincronización labial creara una ilusión naturalista, el drag se apoyaba en el artificio, generando un comentario sobre el material de origen al desafiar sus normas de género.

Desde entonces, la sincronización labial ha arrasado en la cultura estadounidense, tanto la alta como la baja. “RuPaul’s Drag Race” sacó la actuación drag de los clubes gays y los cabarets para llevarla a las salas de estar de Estados Unidos. Por el camino, convirtió el espectáculo extravagante en un medio para contar verdades personales y convirtió a las “drag queens”, como ha dicho mi colega Shane O’Neill, en los avatares culturales de ser uno mismo. (El éxito del programa fue tan grande que rápidamente se convirtió en un fenómeno heterosexual, a través de “Lip Sync Battle”, el concurso de telerrealidad con celebridades).

La evolución Ahora es perfectamente aceptable que las estrellas del pop hagan sincronización labial en sus actuaciones en directo, siempre que ofrezcan un espectáculo lo suficientemente fantástico a cambio. Esta primavera, la sincronización labial llegó incluso a la ópera: en el cortometraje de la Ópera de Filadelfia “The Island We Made”, la ganadora de “Drag Race” Sasha Velour aparece como un espíritu maternal espacial, canalizando la voz de la cantante Eliza Bagg a través de sus brillantes labios rojos. Y este otoño, puedes tomar un curso de sincronización labial a través de Zoom, con el erudito de la interpretación M. B Boucai, que integra la técnica del gesto psicológico de Michael Chéjov y la tradición del mimo de Jacques Lecoq.

Mientras la sincronización de labios alcanza nuevos niveles artísticos, TikTok la ha democratizado, animando a sus mil millones de usuarios en todo el mundo a cantar casualmente. La aplicación da cabida a estilos de actuación tan dispares como el de Rae, ejecutando movimientos básicos de animadora o el de una chica cantando el tema “Accidentally in Love” de Counting Crows en “Shrek 2” sobre imágenes juveniles del Unabomber. En una aplicación de colaboración colectiva, tiene sentido que la función creativa central tenga un bajo nivel de entrada. Al igual que Instagram convirtió a todo el mundo en un fotógrafo “hipster” con sus filtros “clásicos”, TikTok convierte a su público en artistas experimentales de mezclas, con guiños autoconscientes al artificio incorporados a la experiencia.

Además, a medida que nuestra experiencia se vuelve cada vez más mediática, hemos llegado a apreciar las habilidades de las personas que hacen la mediación. Gran parte del encanto de TikTok se debe a su estética de baja calidad, a sus efectos de pantalla verde y a sus tomas cámara en mano. Ya no hay un sospechoso agente de poder de Hollywood moviendo los hilos. (O si lo hay, se añadió después, cuando el tiktokero ya es famoso en internet). La aplicación ha tomado todos los sellos distintivos de la manipulación de Hollywood —doblaje, pero también aerografía y tecnología CGI— y los ha puesto en manos del usuario, donde los ha empleado de forma hipnótica, sorprendente y a veces hermosa.

Los primeros tiktoks de Rae están ambientados en habitaciones alfombradas con paredes descubiertas y ventiladores de techo inertes, pero a medida que aumentaba su popularidad, sus fondos eran cada vez más glamurosos: casa de grupo de Hollywood, piscina infinita, santuario interior de las Kardashian. La emoción inicial de sus videos, que se basaban en la imagen de una chica común que aborda de manera inesperada las corrientes culturales hacia el estrellato, se ha atenuado. Ahora que el algoritmo de TikTok, que se refuerza a sí mismo, ha asegurado su hegemonía en la aplicación, está invadiendo rápidamente esferas de entretenimiento más tradicionales. Se le puede encontrar en YouTube, donde canta el breve pero tedioso sencillo pop “Obsessed”; en la cadena de cosméticos Sephora, donde vende su línea de maquillaje de marca, y ahora en Netflix, que firmó con ella un acuerdo de varias películas.

Boucai, el instructor por Zoom, me dijo que la sincronización de labios da acceso a una tradición transgresora de remezcla desarrollada entre las comunidades marginadas: “Es una forma de poder interpretarte a ti mismo a través de lo que no puedes ser, a través de la imposibilidad de lo que no puedes ser”. El drag se basa en resaltar y exponer las contradicciones de la identidad, y el mejor material de TikTok hace lo mismo. Sin embargo, la aplicación también sirve un bufé de contenidos que no hace más que suavizar esas contradicciones en nuevas formas desconcertantes.

La evolución En un artículo para Wired que documenta la evolución del “blackface” o caranegra digital La evolución en TikTok, Jason Parham observó que la cultura negra “funciona como un acelerador” en la aplicación, impulsando la popularidad de los creadores blancos que prácticamente portan los sonidos negros a través de sus propios cuerpos. En este caso, la casualidad de una actuación de sincronización de labios se convierte en algo incómodo: para un creador blanco, la cultura negra puede asumirse y luego descartarse con la facilidad de un cambio La evolución de vestuario.

Hablando de malos cambios de imagen: “Él es así” debería representar el debut de Rae como una estrella formada en su totalidad, que ya no toma prestadas las expresiones culturales de otras personas, sino que reclama las propias. En lugar de eso, se ve forzada, vacía, perdida. Una versión más inteligente de “Ella es así” (que a su vez es una versión de la obra “Pigmalión” y “Mi bella dama”) podría haber tomado a una estrella de TikTok que sincroniza los labios y haberla transformado en alguien que tuviera algo que decir, quizás con la ayuda de una disciplinada madre drag. En lugar de eso, tenemos a Rae, que se limita a hacer lo que le piden. A través de figuras como ella, la sincronización labial se ha convertido finalmente no en un escándalo ni en un triunfo, sino en aburrimiento.

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