Cuando en la década pasada Moscú empezó a convencerse de que Occidente no jugaba limpio, algunos espías rusos empezaron a pasar largas temporadas fuera de casa. Pero ha sido el último ‘golpe’ de estos agentes silenciosos y letales el que ha puesto el foco sobre la ‘deriva salvaje’ de las operaciones encubiertas de Moscú en el exterior.
Los espías rusos existen al menos desde el reinado de Iván el Terrible en el siglo XVI, quien estableció el primer servicio de espionaje. Sin embargo, su labor nunca había sido tan descarada como en los últimos meses tras intentar asesinar al ex espía Serguei Skripal en Reino Unido y ser pillados interfiriendo en el trabajo de instituciones en países como Holanda, EEUU o Canadá.
El propio Skripal formó parte del GRU hasta que fue captado por los servicios de inteligencia británicos, después descubierto y encarcelado por los rusos, para acabar por fin beneficiándose de un intercambio de agentes capturados en 2010 que le permitió refugiarse en Salisbury. Su intoxicación con ‘Novichok’, un agente tóxico difícil de manejar y creado por los rusos, no es sólo un aviso a otros posibles espías renegados. Skripal había vuelto a las andadas: de nuevo estaba rebelando nombres de ex compañeros rusos a los servicios secretos de la República Checa y a los de España, según han apuntado diversos medios como la BBC. También aportaba información valiosa sobre las conexiones entre los espías de Putin y la mafia rusa.
El cuerpo que está en el punto de mira es el GRU, el servicio de inteligencia del ejército ruso. En cuanto a las sospechas sobre su actividad en el exterior, llueve sobre mojado. Se le ha acusado de interferir en las elecciones estadounidenses, de dar un golpe de estado frustrado en Montenegro en 2016, e incluso de derribar al avión MH17 sobre Ucrania en 2014. También se le considera implicado en recientes operaciones de ciberespionaje contra organismos internacionales como la Organización para la Prohibición de Armas Químicas. Los 12 agentes de inteligencia rusos que el fiscal especial Robert Mueller acusó de interferir en la elección presidencial de EEUU en 2016 pertenecían todos a unidades del GRU. También siete agentes contra los que EEUU emitió órdenes de búsqueda este mes por espionaje.
En terreno extranjero
El GRU (Glavnoe Razvedyvatelnoe Upravlenie, Directorio Principal de Inteligencia) sigue siendo famoso por sus viejas siglas pese a haber sido rebautizado como GU. Ha pasado años en un segundo plano. Hasta que en 2008 Moscú llevó a cabo, con éxito pero con algunos fallos operativos, su primer choque militar en el exterior en décadas: la invasión relámpago de una parte del territorio de la vecina Georgia. El Gobierno se dio cuenta de que necesitaba conocer mejor el terreno que pisaba fuera de casa: para no volver a bombardear pistas de aterrizaje abandonadas, por ejemplo. El papel de Rusia en el mundo ha crecido, así que su vigilancia se ha volcado hacia el exterior, siempre sin descuidar las amenazas internas. La llegada de Sergei Shoigu al frente de Defensa, y el recambio un año antes en la dirección del GRU ayudaron a empezar de cero. Una agencia vieja y abocada a ser secundaria volvió a brillar con luz propia.
Ucrania y Siria fueron los nuevos marcos de actuación. La anexión de Crimea fue el lucimiento de una agencia concebida para trabajar en ‘zonas grises’, formando o dirigiendo a otros grupos heterogéneos mientas la mano del ejército permanece en la sombra salvo en momentos críticos, como cuando los ‘spetsnaz’ tomaron el parlamento de Simferopol al inicio de la crisis Crimea. Los espías rusos también se atrevieron con Europa cuando Putin, a mediados de la década pasada, desistió de la idea inicial de una relación entre Rusia y Occidente dentro de las normas internacionales. Tenía algunas razones. La OTAN se ampliaba inexorablemente, rodeando las fronteras rusas. EEUU interfería en la política interna rusa y la UE desempeñaba, a los ojos de Moscú, un papel de comparsa.
Para tener contento a Putin hay que mostrarse, si no infalible, sí imparable. El GRU cuenta con acceso al presidente y esto le permite la libertad en sus actividades sin control institucional, sin que el brazo diplomático ponga peros ni el legislativo censure conductas. Su especialidad son misiones complicadas, abordadas con un enfoque según el cual la tarea ha de completarse de una manera u otra aunque haya que asumir costes: «Su mentalidad es agresiva, militar, cumplir la misión es más importante que evitar riesgos», explica Mark Galeotti, experto en servicios secretos rusos e investigador en el Instituto de Relaciones Internacionales de Praga.
Agentes secretos
En el pasado el GRU colocó zulos con armas en Estados Unidos y otros países por si estallaba una guerra contra la URSS. Y el futuro es suyo en un mundo donde han florecido nuevos campos de batalla de contornos dudosos: Siria, África y Oriente Próximo. Entornos ‘salvajes’ sin normas ni bandos bien definidos. «Allí los oficiales del SVR, el servicio ruso de espionaje exterior, acostumbrado a operar con coartada de diplomáticos, tienen más difícil actuar; y el FSB, la policía secreta, no quiere ir», explica Galeotti, que acaba de publicar ‘The Vory: Russia’s Super Mafia’.
El GRU tiene la proyección y la contundencia necesaria, además de un programa de larga duración para desplegar espías «ilegales»: es el término que reciben aquellos que trabajan sin coartada diplomática y que viven bajo una identidad inventada durante años hasta que llegan órdenes de Moscú. Los agentes obtienen documentos para nuevas identidades ficticias cuando se unen al ‘Acuario’ que es el nombre con el que los agentes se refieren al complejo de edificios acristalados donde está el cuartel general del GRU en Moscú. Los nuevos apellidos que adoptan son generalmente los más comunes en Rusia, por eso las identidades de los sospechosos de intoxicar a Skripal parecen sacadas de una mala película sobre villanos rusos. Los nuevos documentos de identificación de los agentes se emiten en lotes, de ahí los números de pasaporte consecutivos de ambos ‘verdugos’.
«El ataque a Skripal pretendía enviar un mensaje a posibles traidores», asegura Pavel Felgenhauer, un analista militar ruso en el diario ‘Novaya Gazeta’. Cree que Occidente parte de una confusión sobre lo ocurrido en Salisbury: «No son espías, son oficiales de operaciones. No recogen información, éstos matan». Llevan años desplegados en zonas de influencia rusa como Ucrania o Siria, «pero su presencia tan activa en países de la OTAN es una mala noticia, porque por lo general suelen estar en lugares donde va a empezar una guerra». Felgenhauer cree que «aunque todavía éste no es el escenario», el caso Skripal debe ser una alerta «sobre lo cerca que nos encontramos».
El GRU es un importante actor en el campo del espionaje cibernético ruso, y ha dado un giro atrayendo a sus filas a jóvenes expertos en informática. Un enfoque más eficaz que la idea de involucrar a hackers difíciles de controlar, como intentó el FSB, mucho más conocido por ser heredero del KGB pero que ha sido siempre más «volcado hacia adentro, exclusivista y desconfiado», dice Andrei Soldatov, especialista en espionaje y autor de ‘The new nobility’. De pronto, el viejo GRU, fundado en 1918 en plena guerra civil rusa, el ‘estado dentro del estado’ que sobrevivió sin transformaciones a Stalin y al fin de la URSS, parece más adaptado a las nuevas realidades geopolíticas que cualquier otra agencia rusa. Sus agentes tienen más arrojo que nunca, saben que el jefe está observando.