“Ser millennial significa que eres lo suficientemente mayor como para recordar un mundo sin smartphones pero lo suficientemente joven como para no ver siempre la televisión en un televisor. Eso sí, aún puedes pillarme diciendo la frase ‘una televisión plana’ como si las hubiera que no lo fueran, algo que sorprende a los más jóvenes como a mí me chocaba que mis padres hablaran de televisión en color”, escribe Pete Buttigieg, con tono distendido, en sus memorias, Shortest Way Home, en donde explica cómo un chico de provincias ha llegado a convertirse en uno de los favoritos para la nominación presidencial por el Partido Demócrata. Después de anunciar su candidatura el pasado abril, recaudó 7 millones en dos semanas y ya va tercero en las encuestas. Entre la lista de donantes, estrellas de Hollywood como Ryan Reynolds y Mandy Moore o figuras del calibre de Caroline Kennedy, que ya le dio un premio cuando era adolescente. Otro de sus apoyos, Chaz Bono, el hijo transexual de Cher y activista LGTBI.
Estudiante modélico, líder en Harvard, alcalde de una ciudad de 100 mil habitantes y casado con Chasten Buttigieg, profesor de teatro de 29 años y ganador, según la prensa americana, de las primarias a mejor “primer caballero” gracias a su ingenio. “Si mi marido se convierte en presidente de Estados Unidos”, dice Chasten, “yo me convertiré en el primer hombre en escoger la porcelana de la Casa Blanca”. Con más de trescientos mil seguidores en Twitter, el “primer marido” de South Bend acude a todos los actos de campaña junto a Pete y se está haciendo casi más famoso que él. “Me anunció que lucharía por la presidencia mientras estábamos haciendo la colada. Mi primera reacción fue: ¿Va en serio?”, ha explicado. Parte fundamental de la familia también son sus perros Truman y Buddy que tienen su propia cuenta en Twitter como “primeros perros de Indiana”. Su lema: “Va siendo hora de que haya un “puggle” en la Casa Blanca”. El puggle, por cierto, es una raza que resulta de mezclar los beagles con los puc.
La mayor paradoja aparente de Pete Buttigieg es que siendo el primer candidato abiertamente homosexual de la historia de Estados Unidos, al mismo tiempo destaca por su profundo cristianismo. Adalid de una guerra religiosa en Estados Unidos, Buttigieg se postula como episcopaliano, una rama del anglicanismo que más progresista en asuntos sociales que los evangelistas, más conservadores. “Tenemos que recuperar el cristianismo para la izquierda”, dice él. En su libro de memorias, habla sobre su condición de alcalde gay en un estado como Indiana, gobernado hasta hace poco por el actual vicepresidente, Mike Pence, en el que la ley permite despedir a las personas por su orientación sexual o no existe agravante para los crímenes de odio. “Llegará el día en el que los políticos no deban hacer una declaración pública sobre su homosexualidad y a nadie le importe. Ese día aún no ha llegado, por lo menos no en Indiana”, escribe. A pesar de tener una madre republicana y fan de Reagan, Buttgieg cuenta que cuando salió del armario con su familia tuvo la impresión de que ya lo sabían hace tiempo y nada cambió entre ellos. Ahora el candidato tendrá que conseguir los apoyos suficientes entre los propios democratas para poder enfrentarse a Donald Trump en 2020.
Reflexionando sobre su condición de político y gay, Buttigieg escribe sobre sus tiempos como alcalde de South Bend: “Era cada vez más obvio que revelar ese aspecto de mi privacidad siempre sería visto desde una óptica política. Y cuanto más preparado estaba para ello después de habérselo contado a la gente de mi círculo más próximo, más me daba cuenta de que tenía que verlo como una cuestión práctica aunque el propio hecho de confesar mi homosexualidad fuera irritante. Estaba claro que si me fotografiaban con una cita masculina debería enfrentarme a meses de especulación, confusión y clarificación. Lo mejor era hacerlo de manera simple, pública y clara (…) Entre ser alcalde de Indiana y un militar no me lo había puesto fácil porque ninguna de las dos cosas es muy “gay-friendly que digamos”, añade con tono irónico.
Al final, Buttigieg salió del armario en 2014 con un artículo en el periódico local de su ciudad. “Ser gay no tiene nada que ver con mi capacidad para tomar decisiones importantes, manejar un fúsil en el ejército o liderar un pleno del ayuntamiento. Espero que los ciudadanos de South Bend me juzguen por mi capacidad de servicio y mi efectividad”. Él mismo confiesa que la noche antes de que apareciera su artículo apenas pudo pegar ojo. No todo el mundo reaccionó bien. Un grupo de activistas montaron una rueda de prensa en la que dijeron que la “crisis desatada ataca al corazón de nuestro sistema político”. Al parecer, vivían en su mismo bloque. Por suerte, la mayoría reaccionó “dándome su apoyo o actuando como si nos les importara y ambas reacciones eran bienvenidas”. Ganó las siguientes elecciones por mayoría absoluta.
ijo de Joseph Buttigieg, un prestigioso profesor universitario de Literatura que falleció a finales de este mismo enero y una emigrante de Malta, Pete destacó desde niño como un prodigio. En el último año de su curso escolar, fue presidente de la asociación de alumnos y ganó un premio convocado por la fundación John Fitzgerald Kennedy, su ídolo confeso, con un ensayo sobre un congresista de Vermont. La mismísima Caroline Kennedy le dio el diploma en persona. Lanzado al estrellato, Buttigieg fue aceptado en Harvard, donde fue presidente del Comité Asesor de Política Estudiantil, y completó sus estudios en Oxford. Acto seguido, trabajó en un think tank y después en la fallida campaña presidencial del demócrata John Kerry. Tras un tiempo como consultor, se convirtió en unos de los alcaldes más jóvenes de Estados Unidos al ganar a los 29 años el puesto de regidor de South Bend. Siendo alcalde, fue reclutado a Afganistán como marine la reserva, donde sirvió siete meses.
Pete Buttiggieg cree que South Bend es un laboratorio del resto de Estados Unidos. Si la política es una cuestión de predeterminación, considera que nadie mejor que él para ganar a Trump en ese cinturón industrial de Estados Unidos castigado por la globalización que votó por el actual presidente. Así explica él la decadencia de lo que fue el corazón de la industria americana: “En el Midwest hemos perdido tres millones de habitantes desde los años 60. Poco a poco, los centros de las ciudades se fueron vaciando de tiendas y habitantes. Ya no te comprabas tu traje de comunión en el sastre local, tenías uno a tu medida en algún gran almacén low cost”. Y si Trump ganó prometiendo que esa “América real” reviviría, Buttigieg está seguro de que nadie mejor que él, uno de los suyos, para sacarla del hoyo.
Demócrata clásico, defiende la sanidad universal, la lucha contra la desigualdad, endurecer el control de armas y cambiar de arriba abajo la política migratoria de Donald Trump. De momento, el ex vicepresidente Joe Biden, que promete revivir la grandeza de Obama, y Bernie Sanders le superan en las encuestas. Él dice que si no gana esta vez, lo volverá a intentar. Sin duda, una familia gay en la Casa Blanca sería un símbolo de incalculable fuerza y repercusión en el mundo.